para mirar a la mujer amada...
que tu voz, como toque de llamada,
vibre hasta el más íntimo recodo
del ser, levante el alma de su lado
y hiera el corazón como una espada.
Llegaré a tu santuario casi viejo
y al fulgor de la luz crepuscular;
mas he de compensarte mi retardo,
difundiéndome, ¡oh, Madre, como un nardo
de perfume sutil ante tu altar!
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